Sobre la exposición Zu Zu Kum. Oficinas Meteoro, octubre 2019
Paulina Mellado
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Quiero que pensemos por un segundo en el borde de una hoja. Puede ser una hoja filosa que al tocarla genera una presión muy exacta en la yema de nuestros dedos, o el borde de un papel rasgado, suave y luego áspero.
Imaginémonos la forma de este borde, no con la vista, sino con el tacto. Pensemos en sus curvas, rectas, en su grosor. En tocarlo. En su textura y peso, en cómo se sentiría entre nuestros dedos, o si nos lo pasamos por la cara, o por la lengua.
El tacto, siempre nos refiere a un borde firme. delimitado fuertemente -lo gaseoso no es táctil. Si podemos tocar algo es porque tiene límites. Nuestras manos y pieles nos recuerdan: “Aquí termino yo, allá empieza eso otro”. En esta convicción reflota una duda perturbadora: lo único que podemos conocer son dichos límites -lo demás permanece irremediablemente oculto e indescifrable tras su propia piel.
En la obra de Sofía del Pedregal, las cosas tienen sus bordes claros. Hay objetos que dialogan entre ellos desde una clara posición independiente: manchas de pintura sobre telas vacías, esculturas sobre escenarios en miniatura, pedacitos de papel, recortados (o rasgados) cuidadosamente. Ya sea su obra instalativa o más pictórica siempre parece interpelar a ese borde que separa a unas y otras cosas: al humano de la naturaleza, al paisaje de la arquitectura, a la forma del fondo.
Más que de ruinas, paisajes y objetos, yo diría que la obra de Sofía del Pedregal nos habla de aquello tras la superficie, tras el borde de los objetos, de aquello oculto que escapa de nuestro tacto, vista y conocimiento: una brisa suave corre el velo y por una mirilla forzamos la vista y nos encontramos con como sería un espacio sin aquellos límites. Sus obras representan escenas durmientes, dónde no sabemos qué pasó o pasará, los elementos parecen estar ahí por azar en perfecto balance y sin jerarquías, permanecen inmóviles ante nuestra mirada curiosa.
En Zu Zu Kum, Sofía presenta una serie de obras que ha ido acumulando. Con elegancia a rasgado aquellos signos contenidos en papeles, libros y revistas y en un nuevo orden ha conseguido ocultar su verdadera razón de ser. En estas obras en papel, observamos escenas tranquilas, desoladas y misteriosas, paisajes nuevos, ruinas que hacen alusión a un pasado esplendoroso que desconocemos -o a un futuro lúgubre igual de misterioso.
El título tiene también su cuota de misterio. Es necesario leerlo en voz alta -sacarlo del lenguaje escrito, sacarlo de aquello que no podríamos tocar, para poder apenas imaginar su verdadero significado.
La obra de Sofía del Pedregal trata justamente del borde ese de la hoja imaginaria. Cerramos los ojos, sentimos su suavidad (o aspereza) en la palma de nuestras manos, en nuestra cara, en nuestra lengua. Sentimos su suavidad o aspereza, sin embargo no podemos leer las historias allí contenidas, los signos permanecen ocultos a nuestro tacto, a nuestra vista; escapan a nuestro entendimiento.