1. Sobre exposición Cajonera, 2016

    Matías Allende

     

    Cajonera de Sofía del Pedregal es una muestra que escarba en la memoria colectiva a partir de una investigación sobre el patrimonio común. Donde los museos aparecen como dispositivos de conocimiento y, a su vez, de construcción de un imaginario a partir de una acción política específica. Pareciera que la artista plantea un lugar liminal donde “política” engloba cualquier disposición o conducción de la percepción, no sólo la “cultural”. Allí resuena en nuestro repertorio histórico la figura del intendente Benjamín Vicuña Mackenna, como constructor de la ciudad, pero a su vez, de un imaginario particular respecto a lo “chileno”, lo “santiaguino” y nuestro pasado colonial, despojado de todo eso, es decir del contenido ¿qué encontramos? Pareciera que: instrumentos, dispositivos, aparatos, muebles, arquitecturas y cajoneras.

    Cajonera es ruina, vahído, esbozo constante de una imaginación exigente. Es la intromisión de una artista formada por el por mundo de las artes y las ciencias, que en vez de escapar de ello y sumergirse en reinos quiméricos, abraza el frenesí del conocimiento. Demuestra una pasión libidinal y erudita por el pasado y su representación. A partir de collage, maquetas, un álbum y un fichero, Sofía del Pedregal nos remite a los procedimientos de clasificación y, a su vez, de composición. Una serie de piezas que podemos pensarlas como un muestrario particular de obsesiones de la artista sobre: muestrarios. Una exposición enciclopédica que desplaza el contenido, para jugar con el orden.

    Por ello, Sofía se detiene en un lugar estratégico para pensar los sedimentos reunidos en un espacio arquitectónico que dan sentido a un espacio, a un lugar, a un “museo” en específico. Ese museo que palpita ruinoso su condición de periférico abandono y descuidada museografía, sin necesidad de actualización, enterrado en un espacio atemporal; es un ejemplo de un aspecto que compone todos los museos de la región sin ser ninguno en específico. Cajonera se plantea como una alegoría del espacio museal y la artista como un arconte de tesoros encontrados, puesto que clasifica, selecciona y recompone un espacio manejado por paletas planas y de colores rebajados; los cuales chocan en su lejanía a cualquier atisbo de contemporaneidad.

    Ahora, a la reflexión sobre instituciones que coleccionan obras de arte y objetos de la historia, también ingresan los dioramas, la cúpula y las vitrinas de naturaleza. Hasta el momento los referentes eran los museos históricos y artísticos, sin embargo los científicos tienen sus propias técnicas de documentación, las que calan a su vez en nuestro imaginario. La naturaleza y el paisaje son el último agente a esté concierto de voces autorizadas por la república del conocimiento, pues bien, si pensamos en el paisaje debe ser uno que trate de lo indudablemente histórico; uno permeado por esas imágenes pensadas para construir identidad para las naciones. Los dispositivos de presentación de las representaciones están condicionadas también a sus posibilidades de apropiación de las materialidades y discursos hechos, indudablemente por programas políticos determinados.

    Detengámonos en esas maquetas leves que cuelgan y se suspenden por el espacio (o con el espacio), invocando una disrupción al cubo blanco a partir de esquinas interrumpidas y momentos aislados de imágenes que no sabemos de dónde se obtuvieron o qué significan en su totalidad. Son fragmentos que insinúan o cubren un secreto. O, tal vez como tercera hipótesis, son restos supervivientes de una historia que no se entiende completamente pero palpita. Estas maquetas son frases inconexas, no obstante permiten generar relaciones con las obras precedentes de Sofía del Pedregal (paisajes esteparios, fríos, secos, amplios y tristes); pasando estas geografías imaginadas, descubrió un monumento a los secretos del conocimiento. Por ello el uso de estos tonos y objetos preciosos pero baratos, todo en fucsias violentas, rosas magentas, amarillos arrebolados y dorados poderosos. Colores que también se comparten en los collages, que al igual que las maquetas dialogan con la luz y el aire, generando pequeños volúmenes que hacen emerger espacios de manera sutil.

    Un libro y una vitrina completan esta muestra. El libro comparte con las maquetas esos fragmentos de espacios más complejos o pregnantes, pero sin embargo, es su relación con la historia, los catálogos de obra y los contenidos enciclopédicos, los que se hacen más evidentes. Vuelven a aparecer las frases inconexas y los chispazos de información descontextualizada que nos sacan y nos llevan a otros mundos. La vitrina, continua este juego pero responde sobre todo, y más que cualquier obra de las expuestas en Cajonera, a una relación con el referente museal principal de esté imaginario. La vitrina bruta y tosca con una plancha de terciopelo carmín (un cliché museal), es ocupada por fichas clasificatorias de fotografías y otros objetos invisibles y caprichosos que la artista intenta que descubramos. Es interesante que las piezas de esta muestra representan lugares de una isla que es la afición compositiva de Sofía del Pedregal, pero como señala la escritora María Negroni respecto a otros temas: “La paradoja, sin embargo, persiste. Al encerrarse en el presente –que es, como la isla, una forma radical– el náufrago satura de aura los objetos y se vuelve él mismo una pieza de museo, una figura orgullosa que, fuera del mapa del tiempo, se yergue solo (pero un solitario, se sabe, es Nadie y es Todos)” (Pequeño Mundo Ilustrado, 98).

    Volviendo a los programas políticos que determinan la construcción identitaria, hay que pensar los dispositivos culturales y exhibitivos, especialmente los museos como sedimentos, lo que permiten poner capa sobre capa, sin la intervención de facto de un poder exterior, diversos pasados. Representaciones tectónicas de nuestra historia, que sin ser evidente, hablan de diversos procesos que terminaron o continuaron, en una temporalidad perversa y atractiva que te encierra en sus paredes. He ahí lo terrible de un acontecimiento en extremo actual, la destrucción de Palmira, antigua ciudad grecorromana, que conservaba piezas invaluables para la comprensión del mundo clásico; llevada la ruina a ruina.

    Ante esto parece necesario volver a las hipótesis antes referidas sobre las ruinas y los fragmentos, qué son, de qué se tratan: cubre un secreto, insinúan un significado o son restos de historia que aún conservan su espectacularidad sólo que ahora aislada en partículas menores. Cajonera de Sofía del Pedregal suma y sigue interrogando sobre estas preguntas, tremendamente complejas por sesudas o sesudas por complejas, un desafío que la artista aceptó estudiando dispositivos únicos y, querámoslo o no, eternos.

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